Marcada por la profunda e influyente huella de sus predecesores del siglo XX, gran parte de ellos calificados, en algún caso con excesiva premura, bajo el incuestionable estatuto de clásicos, en la última década del siglo pasado y en la primera de éste ha aparecido una prolífica pero escogida generación de narradores franceses que se ha ido abriendo paso gracias a una calidad literaria incontestable, y que ha cosechado un amplio reconocimiento incluso en literaturas tan reacias a la francofilia como el Reino Unido o a este lado de los Pirineos.

Hombres y mujeres que rondan la cuarentena, metropolitanos y de ultramar, residentes en Francia o en otros países, de origen francés o descendientes de emigrantes, espoleados por premios literarios de prestigio -Goncourt en todas sus variantes, Renaudot...-, desprejuiciados con respecto a sus antecesores, y empeñados en recuperar la grandeur perdida a golpe de pluma.

La narrativa francesa, en otros tiempos vanguardia y enseña de la literatura europea, sigue gozando de excelente salud y, por la media de edad de sus más recientes creadores, se le adivina un brillante futuro.