Recorridos

Neoerasmismo bibliófilo

Más allá de los Adagios, si da tiempo

La pulcra, elegante y lujosa edición de los Adagios de Desiderio Erasmo que acaba de aparecer en Les Belles Lettres es una magnífica excusa para fomentar el espíritu erasmista que, tiempo ha, tanto había arraigado por estas latitudes. Erasmo, el más celebrado de los humanistas y, pese a todo, un gran desconocido, logró en vida una excepcional difusión de sus obras por todo el continente. En el año que acabamos de concluir se celebró el quinto centenario de la publicación de su opúsculo de mayor renombre, Stultitiae Laus. Nos congratulamos, pues, por la llegada de esta espléndida edición de los Adagios.

Trilingüe, esmeradísima en la selección de los tipos y de la reproducción de grabados, laboriosamente traducida, esta magna obra merece todo el enaltecimiento que puede concebirse por un gran y majestuoso caído. Si tenemos en cuenta que el éxito de las primeras entregas obligó al autor a ampliar el número de adagios en diversas ocasiones y que las ediciones llegaron a contarse por decenas, no deja de ser una empresa arriesgada: los lectores de Erasmo se han reducido radicalmente con el paso de los siglos, debido a las escasas traducciones y a la depreciación del latín como lengua de cultura y de lectura. Ha sido preciso un trabajo en equipo, por no decir en legión, para publicar la primera versión íntegra de esta enciclopedia del saber clásico, fuente inagotable de sabiduría y de admiración por la antigüedad.

Pintores como Matsys o Holbein inmortalizaron su imagen e incluso sus manos (en el celebérrimo estudio del último). Durero no contribuyó menos en la perpetuación pictórica de Erasmo, pero su impetuoso humanismo le llevó a dejar manifiesto lo que debía hacerse para conocerle con plenitud: "Imagen de Erasmo de Róterdam trazada por Alberto Durero del natural. La mejor, sin embargo, la mostrarán sus escritos. 1526". Sigamos, pues, su inmejorable apreciación.