Recorridos

Emil Cioran

Un siglo de finitud

8 de abril de 1911 - 20 de junio de 1995

De Jose María Uyà/

¿Cien años de Cioran (1911-1995)? ¿Quién es éste?, muchos se preguntarán. Pues alguien que entendió que el pensar (que no pensamiento ni mucho menos filosofía) no es el pensar del ser, sino del error de ser del ser. Así es que la categoría de filósofo no le corresponde en absoluto (abominaba la gente que piensa y no llega a la tragedia: lo ve como un contrasentido inadmisible), pero tampoco la del pensador: sólo escribió fragmentos, frases, exclamaciones, divagaciones, a menudo en actitud contradictoria reconocida por él mismo. Pero es que no intenta ser ni filósofo ni pensador: su estupefacción por el hecho de existir, de nacer, dicho simplemente, es de tal profundidad, que todo lo demás le parece un ejercicio verbal infantil (por inconsciente) y estulto (por hacer algo que sabemos inútil). En esto enlaza perfectamente con Macedonio Fernández, un pensador argentino que murió en 1952: "puro verbalismo", dice el porteño de toda la historia de la filosofía.

Cioran, rumano exiliado voluntariamente en París - donde vivió en la Rue de l'Odéon con su compañera, modestamente, desde los años 40 hasta su muerte - se dedicará, en medio del fragor intelectual del existencialismo y del estructuralismo enteros -ya que murió en el 95, cuando las aguas del intelectualismo parisino remitían-, a amontonar pensamientos aforísticos sin otra intención que liberarse de la pesadilla de vivir, al mismo tiempo que, cobarde, no se suicida, -siempre quedará mañana para eso, piensa-, pero en continua desposesión, puesto que no tiene ningún tipo de esperanza en nada.

Al lector inadvertido podrán sorprender la contundencia de sus afirmaciones y de los títulos de sus obras, como Breviario de podredumbre (Precís de décomposition, 1949), o Del inconveniente de haber nacido (De l'inconvénient d'être né, 1973), pero cabe destacar que la seca radicalidad está en equidistancia con el bondadoso aspecto de jubilado que pregunta por el precio del pescado en el mercado o que pasea por los jardines de Luxemburgo. Divagador nocturno, al lado de Beckett, por los peores barrios de París, es la culminación del nihilismo que nace en el siglo XIX. Por el hecho de tocar de manera radical el misterio ontológico del ser, le corresponde perfectamente, por aforístico y por profundo, ser primo hermano de los presocráticos o de todos los malditos de siempre. O sea, perfectamente actual. La verdadera mala suerte es nacer, nos dice, porque lo que perdemos al nacer es lo mismo que al morir, todo. Pensar inverso, pensar demoledor. Pero real, completamente real.