Como «las sombras del pensar» a las que alude Paul Celan en uno de sus poemas, quizás la poesía se encuentra en ese intento por renunciar a cualquier ilusión de refugio o de seguridad; y lo ha de hacer, precisamente, atravesando ese espacio, ese donde poesía y pensamiento se miran y juntos nos conducen, incluso contra sí mismos, contradictoriamente, a reflexionar sobre la realidad que el lenguaje refiere.
En Arenario, el proceso narrativo puede tener su inicio en el testimonio de una ausencia, de un suceso que todavía no ha tenido lugar, a pesar de la naturaleza real de lo que nos acontece. Como el cristal de los espejos, compuesto de la mezcla de elementos densos y opacos, la escritura se transforma en la claridad que identificamos como su esencia sólo por la fuerza y el calor del pulso, por el corazón de la luz. Incluso cuando la oscuridad elimina la sombra, el reloj de arena sigue marcando el avance del tiempo, como lo hacen el latido de un cuerpo o la marea en retirada.