Muchas razones hacen de las Ilustraciones de la locura un documento excepcional. Una de las primeras monografías consagradas al estudio de un caso clínico psiquiátrico, su elaboración se debió a la ejemplar confrontación que mantuvieron un médico particularmente obstinado y un paciente singularmente creativo en un momento crucial de la historia europea. El proceder de John Haslam, “boticario” del mítico hospital londinense de Bethlem, y la trayectoria de James Tilly Matthews, cuyas experiencias se consideran comúnmente como la primera encarnación documentada de ese desgarro interior que todavía hoy conocemos como esquizofrenia, cobran así un significado muy preciso: el de una amarga y, en gran medida, estéril disputa entre las instituciones tradicionales de la razón y las nuevas formas de locura que acompañan la irrupción del mundo moderno.

Así, por un lado, Haslam no es (todavía) un psiquiatra, y la suya es una lógica binaria según la cual la locura es una condición esencialmente diáfana que se denuncia a sí misma con solo tomar la palabra; su identificación, por tanto, es una cuestión de sentido común (y buena fe) que no requiere ni la mirada entrenada ni las sutilezas esotéricas que, poco después, reivindicarán los primeros alienistas para avalar su experticia. Pero, por el otro, Matthews es (ya) un sujeto arrebatado por la pasión política y fascinado con los productos más conspicuos de la cultura científica de su tiempo (la química neumática, el magnetismo, la electricidad, etc.), de manera que, al mismo tiempo que aspira a participar a lo grande en los acontecimientos desencadenados por la Revolución Francesa, se siente manipulado en su cuerpo y su mente por un espectacular prototipo (el siniestro “Telar de Aire”) de lo que, más de un siglo después, el psicoanalista austriaco Victor Tausk denominará “máquinas de influencia”.

La presente edición incorpora el importante estudio introductorio que le dedicó el gran Roy Porter (1946-2002), que tuvo acceso al apasionante material de archivo sobre el caso conservado en la Biblioteca Británica y el propio Hospital de Bethlem.