«-Antes -prosiguió- os daría un hechizo contra el agua, para que todo el planeta se muriera de sed, que daros un hechizo contra la canción de los arroyos que escucha la noche débilmente sobre la cordillera de una colina, demasiado débil para las orejas de los hombres, una canción que se hila con sueños, por medio de la cual conocemos las guerras antiguas y los amores perdidos de los espíritus de los ríos. Antes os daría un hechizo contra el pan, para que todo el planeta se muera de hambre, que daros un hechizo contra la magia del trigo, que encanta los haces dorados bajo la luz de la luna el mes de julio, mediante la cual, en las noches cálidas, los hombres que vagabundean adquieren sabiduría. Os daría hechizos contra la comodidad y la ropa, contra la comida, el refugio y el calor, y así lo haré, antes que arrancar de los pobres campos de la Tierra esa magia que es para ellos una capa que los protege del frío del espacio, y una alegre vestimenta contra los desprecios de la nada...»