Pirineos, altiplano andino, pueblos que los habitan, fronteras que los cruzan... dos mundos separados, no solo por inconmensurables distancias geográficas, con un océano de por medio, sino por la diferencia radical de la génesis y evolución de los Estados que se asoman a ellos, por la distinta distribución territorial del poder, por la divergente proyección de la soberanía estatal sobre las fronteras, por las relaciones tan diversas en estos territorios entre mayorías y minorías nacionales; o en el caso de América, entre criollos e indígenas, por la acusada idiosincrasia de las cosmovisiones de los pueblos respectivos, por la naturaleza tan específica de las relaciones entre los pueblos a ambos lados de unas fronteras que los fragmentan y separan, al tiempo que promueven, sobretodo en Suramérica, un micromundo caleidoscópico de transacciones económicas, políticas, culturales, legales, ilegales o alegales, que acaba por ignorar dichas fronteras.