Alude a la idea que hoy tenemos del tiempo, a un tránsito de la condición humana que aún está, no ya por valorar, sino por contar: cuando toda una cosmovisón, con su realidad poblada de dimensiones, se entenebró de la nada. Fue un proceso que se inició hace más de tres mil años y alcanzó su forma moderna en la Ilsutración. Nuetra mentalidad, civilización y lenguaje son consecuencia de esa adquisición. El tiempo, creador y devorador de todas las cosas, no es más que una deidad advenediza. Su ubicuo Estado confesional, basado en el monoteísmo más totalitario jamás impuesto y anterior a cualquier globalización imaginada, representa un episodio de una lucha tan vieja como el lenguaje: confrontación entre el artista y el sacerdote, cada uno de ellos encarnado en sus manifestaciones.