Las Vegas nunca duerme. Sus calles están vacías, pero sus casinos, locales de striptease y bares están siempre llenos. No existen los días, solo hay oches en blanco. Los neones no iluminan, ciegan. «—Soy Ben —dice mientras le entrega el dinero que acaba de sacar del bolsillo delantero izquierdo. ——Hola. Soy Sera. —Y como si por un instante se viera desde fuera, se oye decir—: Se escribe con e, Sera.» Ben y Sera se conocen en Las Vegas. Ben quiere poner fin a su vida a base de litros de alcohol y Sera, una prostituta que acaba de dejar a su chulo, decide acompañarlo en su descenso a los infiernos. Mesas de blackjack, rondas de tequila para desayunar, sangre, vómitos. Reservados a oscuras, clientes atroces, moratones y billetes manchados. No hay final feliz ni redención, tan solo dos seres marginales que en el peor momento de sus vidas optan por amarse, sin juicios ni reproches, hasta el final de sus días. Una historia de amor desgarradora, pero inolvidable. El legado de un escritor maldito que no llegó a conocer el éxito de su obra maestra.