Les nostres recomanacions i propostes

Quien comience la lectura de Silencios, se encontrará de primera mano innumerables lugares comunes con Una habitación propia, de Virginia Woolf. Esos lugares remiten a la imposibilidad de encontrar un espacio y condiciones materiales para que la escritura – especialmente en el caso de las mujeres - pueda llevarse a cabo. Si Woolf reclama la necesidad de una habitación propia donde poder dar pie a la literatura, Olsen no se esconde y concreta aún más: ¿qué sucede cuando el libro que tienes en mente tiene que posponerse ante la pila de cacharros que hay por fregar? ¿cómo transita la escritura cuando las 4 de la madrugada es la hora idónea de la creación (la hora en la que los bebés no lloran y en la que, por cierto, también hay mayor índice de suicidios en los centros psiquiátricos, parafraseando a Sarah Kane)? ¿Cómo es posible realizar la escritura cuando el cuerpo abatido necesita descansar?

La que escribe esta reseña insiste en que Olsen añade un poquito más que Woolf. Lo encontramos en su propio testimonio personal, y en el mensaje que quiere enviarnos a todas las que, por algún motivo, nos vemos sometidas a un silencio. Al final de su segunda ponencia (Una de cada doce) nos manda tarea: Escribamos. Sin miedo y sin pudor. Olvidemos el silencio constante en la academia, los temas nunca considerados, el murmullo de nuestros compatriotas que invalidan o menosprecian nuestro trabajo. Seamos bravas. Leamos a nuestras contemporáneas y antecesoras: no hay que avergonzarse de compartir lugares comunes, hay que hacer lo que esté en nuestras manos para que no vuelvan a repetirse (ojo sin olvidar, que no somos las causantes de dichos tropos).  El objetivo: que al menos, podamos decir que once de cada doce mujeres han conseguido difundir sus ideas. Y seguir haciendo lo imposible para que aquellas que se quedan atrás, no lo hagan. Ésta y no otra, es la función Olsen.