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A mediados de la década de los 50 Charmian Clift y su marido George Johnston se mudan a la isla griega de Hydra en busca de una vida más sencilla y una economía que les permita vivir de forma más desahogada para dedicarse a escribir. Es además una opción política, anticapitalista, al tiempo que una huida de un Londres de posguerra oscuro y triste. 
Escrita en primera persona Clift nos relata su vida a lo largo de doce meses marcados por la espera de la llegada de los barcos con los sobres de liquidación de derechos de autor y los encuentros en el bar, al tiempo que cambian las estaciones y los paisajes, también los paisajes humanos. La isla con la llegada del verano se puebla de turistas en busca de sol. Pero no todo es fácil, aunque en invierno hay casas vacías a las que acceder de forma económica no están dotadas de cuartos de baño, ni luz, ni agua corriente, por lo que Clift nos describe un George que cada mañana a torso desnudo bombea agua a los recién estrenados y modernos cuartos de baño.
Clift nos hace un recorrido por los habitantes de la isla, griegos y extranjeros; estudiantes de bellas artes, otros escritores y pintores, bohemios:  y la población local, como el dueño del bar, las vecinas curiosas fascinadas por la forma de vivir de los recién llegados o los compañeros de colegio de los dos niños pequeños de la pareja, que juegan a la revuelta imitando las luchas que en esos años se están produciendo en la vecina Chipre por de la independencia.
Un libro franco, alejado de idealizaciones donde, como en la vida de cada uno de nosotros, se alternan pequeñas felicidades, sinsabores y frustraciones, pero del que emergemos complacidos y llenos de luz gracias en parte a la simpatía que nos produce la autora y su familia, y la inevitable belleza de la isla.