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Durante siglos el cuerpo femenino ha estado sometido a la mirada del hombre. Esa mirada masculina y dominante del artista concebía figuras femeninas idealizadas y las disponía de tal modo que se exhibieran lo mejor posible para ser miradas por el ojo de otro varón. Las mujeres eran expuestas como mercancía en los museos mientras se les negaba un lugar como artistas dentro de la historia del arte.
 
Como respuesta a ese canon impuesto, nace en la década de los 60 la performance, una nueva propuesta artística, liderada principalmente por mujeres y ligada a las políticas feministas surgidas en los años 60 y 70. Este género permite a las artistas expresarse libremente fuera del control de las estructuras culturales dominantes. Para ello utilizan su cuerpo como soporte de la obra, es decir, se convierten, a la vez, en sujeto y objeto artístico. Ya no solo son un producto para ser mirado sino también el ojo que mira.
 
Abramovic, una de las figuras más representativa de la performance, presenta sus memorias, desde su infancia en la Yugoslavia comunista de posguerra hasta su imparable carrera hacia el éxito. En ellas expone sus heridas personales más profundas junto a sus triunfos artísticos creando una auténtica mitología en torno a su trabajo.