Un buen número de historiadores coinciden al afirmar el discreto peso social que tuvo el carlismo en tierras hispalenses, al menos hasta que en 1934 Manuel Fal Conde hiciera alarde de la excelente capacidad de organización y movilización del carlismo andaluz. Sin embargo, lejos de la realidad, Sevilla nunca permaneció a usente. Si retrocedemos a los orígenes del carlismo, no fueron pocas las familias que se vincularon con los ideales tradicionalistas durante diferentes generaciones; no fueron pocas las conspiraciones contra el régimen liberal, e incluso intentos de alzamiento generalizado en tierras andaluzas, como el caso del brigadier Malavila; en el recuerdo queda también el papel desempeñado por el arzobispo Cienfuegos, mandado al destierro por no comulgar con las reformas liberales; y la expedición del general Gómez que mantuvo en vilo a las autoridades municipales, y que a su paso iba dejando tantos detractores como partidarios. Un buen número de acontecimientos que marcaron el inicio de un sentir, el carlista, que pronto iba a ganar una impronta propia, y que a lo largo del siglo, a pesar de las derrotas políticas, se iba a perpetuar dando nombres ilustres a la capital hispalense tales como Pagés del Corro o Mateos Gago.