Sudáfrica, objeto de colonos por su riqueza mineral pero también triste recuerdo de la miseria humana del apartheid.
Sudáfrica. El sur de los sures, el extremo meridional del continente africano, y como tal tierra disputada siglos atrás por portugueses, británicos y holandeses, a los que se resistieron los bóer por amor a su tierra rica en diamantes y oro. Pero lo que marca su historia reciente es un acontecimiento racial, y con éste su literatura: el apartheid, la segregación que vive Coetzee en su Infancia, la segregación que padece la piel negra en su larga lucha por la dignidad (Un camino nada fácil hacia la libertad, de Nelson Mandela), la segregación que conlleva, a fin de cuentas, una edad de hierro enfermiza.
Y como toda gran catástrofe humana, el apartheid esparce sus coletazos a lo largo del tiempo, provoca una permanente resaca infernal en la intimidad de los que estuvieron allí, porque pese a las leyes aún se constata la discriminación racial que describe Nadine Gordimer en Un arma en casa, y porque para ellos ahora sólo queda una Fruta amarga como la de Achmat Dangor.