Recorridos

Las bibliotecas de los escritores

La felicidad de las influencias

Las filias y las fobias de los escritores empiezan por sus preferencias literarias. La devoción que un mismo escritor puede tener por otro de sus compañero de profesión puede provocar que, directamente, ese otro escritor, menos conocido, pase a formar parte del panteón canónico. O al contrario, aunque siempre exista la envidia, la sincera animadversión de una novelista por otra puede hacer que la mala fama de esa otra escritora crezca hasta intoxicar su creación.

Pero no conviene quedarse en el terreno de las batallitas. Algunos escritores, con obra ya publicada, pasados los años, elaboran vademécum de sus preferencias, y el placer deviene doble: leer la prosa del escritor propiamente, ejerciendo de crítico, y descubrir a nuevos escritores, afines a ese narrador camuflado de crítico. Hay escritores (quizás demasiado poco celebrados como narradores de ficción)que son más célebres, de hecho, desde ese punto de vista, escribiendo sobre los demás. Es el caso de David Lodge, que, con su maravilloso y babélico The art of Fiction, reunió en un libro varios de sus referentes, y al mismo tiempo ejemplificó de un modo muy acertado algunas de las técnicas literarias más usadas. En el otro extremo encontramos a los escritores ya consagrados, clásicos, hablando de sus lecturas. Están los célebres cursos de Nabokov, las lecciones que daba Borges haciendo de profesor en la Universidad de Buenos Aires, Javier Marías hablando de Faulkner y Nabokov, los libros que leía Capote...

Un placer sin duda infinito, como infinita era la Biblioteca de Babel.