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Ressenya

Karl Schlögel

Terror y utopía. Moscú en 1937

Per Antonio Ramírez
15.1.2015

El maestro y Margarita
Bulgákov, Mijaíl El maestro y Margarita 28,00 €
El 6 de enero de 1937 tuvo lugar el segundo censo de población en la era soviética. Se trataba de un descomunal desafío organizativo que, no obstante, fue resuelto con un margen de error mínimo. Pero los resultados se convirtieron en un serio problema: arrojaban una cifra muy inferior a los 170 millones esperados. Faltaban ocho millones de personas. Acosado por el Kremlin, el director del censo atribuyó las diferencias a las muertes no registradas durante la hambruna de 1933 y al hecho de que el NKVD, la policía secreta, no hubiera dado ninguna información sobre el más de un millón y medio de personas que se suponía estaban internadas bajo su jurisdicción en los campos del Gulag.
Ante la evidencia de las dimensiones de la catástrofe, la dirección del Partido optó por denunciar a los organizadores del censo, calificando su «deficiente» ejecución como fruto de una «labor de sabotaje llevada a cabo por elementos antisoviéticos». Los principales responsables y más de un centenar de técnicos fueron detenidos y fusilados en el acto.

Con este preámbulo escalofriante se abrió «1937»; una cifra que se convertiría en palabra clave, el único eufemismo posible que permitiría a los sobrevivientes evocar los hechos que hoy conocemos como el Gran Terror. Ese año, el régimen de Stalin desencadenó una ola de violencia sin precedentes, no solo por su intensidad y por el número de muertes que provocó, sino porque en lo fundamental se dirigió contra el propio aparato político surgido de la revolución: muchas de las víctimas fueron miembros del Partido, dirigentes de alto rango y celebradas figuras bolcheviques que habían luchado en la vanguardia de la Revolución, miembros de la intelligentsia, ingenieros, médicos, científicos de altísima calificación.La marea de terror arrastró desde a personajes todopoderosos que parecían intocables, militares del alto rango, stajanovistas, komsomoles y otros héroes de la propaganda soviética, hasta los mismos gestores de la represión, los temidos Yagoda y Yezhov y buena parte de los servicios secretos; uno tras otro fueron cayendo víctimas de una furia ciega.

Todo había comenzado en 1936, cuando el régimen anunció la desarticulación de una gran conspiración y responsabilizó a los antiguos dirigentes Zinóviev y Kámenev del asesinato del líder del Partido en Leningrado, Kírov. Un año más tarde, la violencia alcanzó el paroxismo y en pocos meses fueron detenidas más de un millón y medio de personas; 700 mil fueron fusiladas, y el resto recluidas en los campos del Extremo Oriente. La orden 00447, emitida desde lo más alto del Kremlin, asignaba para cada región cuotas de detenidos y condenados a la pena máxima, como si se tratara de un plan de producción industrial. Los prisioneros eran sometidos a la más brutal destrucción física y psíquica, hasta que, en unos juicios-espectáculo ampliamente difundidos por la prensa del régimen, acababan por confesarlo todo. No importaba lo desquiciada que pudiera parecer la acusación, lo inverosímil de las tramas y sus enrevesadas ramificaciones, tampoco la flagrante y total ausencia de pruebas: más tarde o más temprano, casi todos los detenidos firmaron declaraciones de culpabilidad.

Pero Karl Schlögel no se limita al relato de los procesos de Moscú. En su libro se propone ofrecernos un amplio panorama de la vida en la capital soviética alrededor de la Gran Purga. Evocando el vuelo fantástico que permite a Margarita, la protagonista de la novela de Mijaíl Bulgákov El Maestro y Margarita, reconocer Moscú desde las alturas, Schlögel nos brinda una visión sincrónica que reúne episodios sin aparente conexión entre sí: los ambiciosos planes urbanísticos para la reconstrucción de la capital, la fascinación por el avión y la radio, el megalómano y sangriento proyecto del canal Volga-Moscova, los desfiles en la Plaza Roja y el culto a la juventud, los vertiginosos cambios derivados de la industrialización forzosa, los cientos de miles de campesinos desesperados que inundaban las ciudades, las dificultades para encontrar vivienda y las colas interminables para proveerse de lo más esencial, el caos profundo provocado por las deficiencias de la economía planificada… Y en el trasfondo de todo ello, no obstante, las esperanzas depositadas en la construcción de un mundo nuevo, la persistencia de la utopía revolucionaria.

La yuxtaposición de secuencias que se contradicen de forma grotesca, en las que el terror y la utopía van de la mano, permite al autor buscar las causas de «1937» más allá de la deriva paranoica, irracional y sanguinaria de Stalin.
En la vida de muchísimos habitantes de Moscú se sucedían los momentos en los que el temor a la violencia, a las detenciones masivas y la represión se entremezclaba con el entusiasmo y la utopía, con visiones del futuro desplegado ante sus ojos en colores primarios. Mientras tanto, la distancia enorme entre los planes y la confusa realidad, el temor al odio del pueblo, a la agitación y la ira provocadas por el caos, el pánico ante una posible ruptura social incontrolada y la conciencia de su propio aislamiento, llevaron a la cúpula en el poder a confiar en el terror como la única estrategia posible para anticiparse a la amenaza de destrucción. Acosada por una oleada de cambio que no podía controlar, optó por devorar a sus propios hijos, en un intento desesperado –salvaje pero racional– por sobrevivir.

En 1938, tras el juicio a Bujarín, el Gran Terror se detuvo. La ciudad permaneció en un silencio helado, «inmovilizada por la mirada de las ventanas de la Lubianka», como dice Vasili Grossman.
Parejas, hijos, amigos, vecinos habían desaparecido o habían sido deportados, fusilados o encarcelados «sin derecho a correspondencia». Nadie lograba comprender del todo cuáles habían sido sus delitos y menos aún esas terribles autoinculpaciones. La vida no volvería a ser igual. Ahora, todos desconfiaban y sospechaban de todos –en cualquier momento las detenciones podían volver–. Pero un peligro mayor si cabe se avecinaba: una nueva guerra era inevitable.

Con este libro uno se reafirma en la idea de que cuantos más detalles conocemos sobre las grandes tragedias del siglo XX, tanto más complejas se tornan y más fascinante nos resulta reflexionar sobre ellas.



 
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